La Calle de Córdoba XXI

lunes, 1 de mayo de 2017

La feria de la estética envasada al vacío en el albero de la genitalidad florida. El poderío de Sevilla.

Pasear después del Ángelus, en hora canónica sexta, por la feria de Sevilla en fiesta de 1º de Mayo ofrece la ventaja de la reflexión previa al imperio del caos donde todo color se funde en el pastiche del vómito de grises viscerales y neuróticos de la semiótica difusa de una genitalidad florida en alcoholes varios.

Todavía es temprano para el desaforado “big bang” sevillano de las vísperas después del Ángelus y las completas de después de las 9 de la noche, así que es posible distinguir luces de sombras en el plácido albero de la barbarie sevillana disimulada con uniforme de traje azul y pañuelito al uso de bolsillo y angosto traje de faralaes plastificado al vacío para las señoras siempre acompañantes aunque sea de su propia sombra.

Sevilla es especial, no cabe duda. La genitalidad de la feria así lo atestigua bajo el morbo de una erótica del poder que rinde culto alegre a la ostentosidad del señorito que exhibe su tetosterona en términos de cacharritos para sus descendientes, pescaito para sus iguales y alcohol por quintales para sus vecinos.

La Feria de Sevilla es especial porque es cosustancial al oligarca andaluz, sin maniqueismos; tal cual. Se inocula de base y se despliega a lo ancho, a lo largo y a lo profundo de la sociedad sevillana. Y además lo exhiben como la quintaesencia de los valores andaluces, como si fuese un logro moral.

Lejos de lo que dicen los historiadores, la Feria de Sevilla no emerge de ninguna feria ancestral de semovientes. Muy al contrario se trata de una feria del “coqueteo” donde impera el darwinismo estético sometido a un emprirismo erógeno revestido de pragmatismo comercial donde el poder del “señorito andaluz” reluce como supremo valor de cambio de placeres y gustos que traduce el conflicto capital–trabajo a la feria de los deseos. Si tienes pasta tendrás caseta y servicios, y si no, estarás condenado a deambular sin rumbo por las calles del ferial entre las cacas de los caballos del señorío sevillano.

“Dinero mata cárita”, dicen. Pero en la Feria de Sevilla la “cárita" es todo un esperpento en el albero del ferial. Con tanto ruido infernal ningún “probe” humano tiene cuerdas vocales con suficientes decibelios como para formular un simple y rutinario; “dame algo”… Aquí el “probe” se castiga con el látigo de la invisibilidad auditiva y la indiferencia ocular.

En la Feria de Sevilla, no se da; solo se toma. En cualquiera de sus manifestaciones físicas la Feria de Sevilla es el reino del estómago sazonado con el objeto oscuro del deseo. En Sevilla no hay sexualidad des–ideologizada, ni inmaculada, en el albero de su Feria. Tampoco en el asfalto de sus calles. Para bien, o para mal, su erótica empieza por el sometimiento mandobediente al poder, por el poder; no importa quien lo tenga. Es el atributo del “poderío” objetivo –el de “los caireles de plata fina de los señoritos de postín”–, lo que se canta y exhibe en la Feria para enternecimiento y adobo de las “debilidades carnales” de los desposeídos que acuden al recinto en busca de “placeres” y diversiones de pago.

La feria de Sevilla es todo un festín ritual de la felicidad humana entendida desde su perspectiva más sarcástica como tensión exacerbada entre mendigos y tiranos del placer; entre los que tienen el placer que da el poder y los que desean el placer que no tienen.

Ni los más fundamentalistas más neoconservadores de la escuela de Chicago hubiesen soñado jamás una manifestación tan real y folklórica de sus doctrinas mercantilistas del individualismo visceral insolidario; Sevilla es especial porque Sevilla es el culto a las debilidades carnales bajo el rito alegre de una feria de la estética vista desde las vísceras del ombligo sometidas a la fuerza gravedad del imperio señorial del oligarca local.

La Feria de Córdoba es diferente, aunque participe de la misma liturgia. En Córdoba la feria es más una estrategia recaudatoria de las cofradías parroquiales que un rito pagano a la oligarquía de los placeres. De ahí su carácter más abierto con casetas sociales donde el señorío de los caireles de plata se canta, aunque no se exhibe por eso de la gran predominancia de la economía sumergida de los talleres joyeros de Córdoba.

En Córdoba sólo los sacrificados señoritos de devoción castrense van con uniforme sevillano de traje y pañuelo de bolsillo. Y aun así resulta anecdótico verlos ya que los calores de Mayo los castigan severamente.

Sin embargo resulta curioso observar que los colectivos parroquiales entrelazados con los colectivos políticos e institucionales solo alcanzan a pergueñar en Córdoba una feria de polaridad de tono más suave que la sevillana, aunque de igual textura ideológica neoliberal a pesar del descomunal tamaño de la caseta municipal, símbolo del valle Anguitista de los “placeres caídos” del comunismo colectivista cordobés.


Así pues, mientras la izquierda andaluza no sepa articular un modelo de fiesta popular alternativo al ritual neoliberal de la erótica mercantilista de las “debilidades” carnales gastro–sexuales –oficiado por el clero de los payasos mayordomos del poder oligárquico–, no será posible encauzar un futuro con mínimas posibilidades de progreso en Andalucía.
©170501 PACO MUÑOZ

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