La Calle de Córdoba XXI

miércoles, 31 de mayo de 2017

Europa no cambia hacia la derecha, es la izquierda la que se diluye

Corre por ahí la idea de que estamos en un momento de auge de la extrema derecha en Europa. Incluso hay quien dice que la derechización de Europa debilita los valores tradicionales europeos. Pero en mi opinión no es la extrema derecha la que crece, sino la izquierda la que se diluye en el relato de categorías tan propio del racionalismo intelectual de finales del siglo XX.

Hablar en estos términos conduce a la frustración del lector toda vez que le genera una falsa concepción de conocimiento de superficialidades volátiles que no consolidan esencias comprensivas de los fenómenos sociales que se analizan. Es el discurso de los “expertos” que nada saben pero todo lo opinan contra factura.


Vivimos un tiempo de frustración en todos los sentidos y ámbitos sociales donde subsisten dos cosas aparentemente contradictorias. De un lado la lógica de las ancestrales costumbres consuetudinarias, y de otro el logro irreversible de la gran apuesta por la educación desde los años 50 del siglo XX en todos los paises europeos.

Con el tiempo, esa enorme gesta educativa fue abandonando los principios de la ilustración racionalista para transformarse en una capacitación laboral de carácter eminentemente técnico.

Sin embargo, uno de los elementos más importantes de todos los movimientos obreros del siglo XVIII y XIX fue su apuesta por la formación crítica en valores y razones para conocer los fundamentos de la vIda social, entenderlos y transformarlos. Ese es el principio fundamental de las socialdemocracias de Inglaterra, Alemania y los países nórdicos con Suecia a la cabeza.

No es posible analizar Europa como un todo homogéneo, ya que ni sus pueblos ni sus estados lo son. Por ello sorprende aún más todo análisis de demarcaciones entre las categorías políticas de la llamada “extrema derecha” en relación con el “fascismo” y con la “derecha.” Territorios todos ellos del monopoly de salón de nuestra universidades “expertas”.

En este debate no se puede ignorar que la violencia es parte fundamental del orden establecido, solo que su monopolio se prescribe al gran “poder del Estado”.  La violencia, violencia es, provenga del policía, del militar, del  fascista, o del terrorista.

Lo que la derecha defiende siempre, sean “conservadores”, como “liberales” es el principio de jerarquía de ese orden establecido, siendo que el “fascismo” defiende además la variante necesaria del principio de sometimiento a ese orden. Son dos caras de la misma moneda en el mismo “territorio” de proximidades.

El llamado “neoliberalismo” tampoco queda fuera de este territorio de las desigualdades jerárquicas, toda vez que la desregulación de la economía no es otra cosa que la obstrucción beligerante de todo poder colectivo en forma de Estado regulador. Es decir la abolición de la “violencia del poder colectivo” –excluyéndolo de la pirámide jerárquica–, a favor de la “violencia del poder privado” convertido en el señor de la estructura jerárquica. De esta forma se referencia la propia naturaleza del concepto de orden que anida en todo el arco político que se denomina “derecha;” desde los liberales y centristas hasta los ultrafascistas.

La teoría de Luescher sobre el estiércol del caballo para los pajaritos –Cuanta más avena demos al caballo, más abundante será su producción de excrementos y los pajarillos tendrán más para comer”–, es todo un paradigma de la eliminación de la razón colectiva en pro de las bondades gastrointestinales de la razón privada.

Una adaptación fidedigna del principio del suizo Jonas Luescher podemos apreciarla y degustarla en la Feria de Sevilla, donde el señorito andaluz monta garboso el caballo de Luescher derramando su generosidad excretando él mismo jamón y vino a la plebe hambrienta y sedienta de esa desigualdad de éxito que el propio jinete señorial encarna.

Jamás la Feria de Sevilla ha tenido, ni tiene, planteamiento alguno de fiesta solidaria y compartida por gentes de iguales derechos. Sevilla es la feria del paradigma de la desigualdad y la sumisión. No importa cuantos gobiernos de izquierda corten su cinta de inauguración, ni enciendan su luminaria.

Consecuentemente no se puede hablar de que toda Europa esté sufriendo un desplazamiento a la derecha desde los años 80 toda vez que lo que sucede desde entonces es que la izquierda no ha superado el subterfugio de la razón pragmática de adaptación sin transformación. Sólo Suecia y los países nórdicos  presentan partes sólidas de un paradigma antijerárquico de igualdad y solidaridad, toavía inédito a pesar del gran volcán de anomalías que contínuamente fluye del orden establecido tradicional.

El neoliberalismo no es la “ilustración” de la derecha cavernícola, sino su propia médula dorsal toda vez que Hayek y Friedman no han hecho otra cosa que actualizar la vieja máxima bíblica que proclamaba; “a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar.” Frase que define los títulos de propiedad del reparto del pueblo sumiso. El pueblo de Dios para la jerarquía de Dios –el clero–, y el pueblo del Cesar para la jerarquía del Cesar; la oligarquía. Aquí no hay pueblo soberano de iguales, ni mercado libre. Como tampoco lo hubo en el Chile de Friedman.

Alrededor de esa estructura jerárquica medular se estructuran diversas capas concentricas de situaciones sociales claramente identificables desde la exclusión total hasta la capa superficial de los subsidiados con 426 €/mes. Para todas estas capas el discurso del “Estado del Bienestar” no es más que una farsa surrealista y “El Derecho Constitucional” un cuento chino de las películas de Hollywood.

La siguiente capa son los sumisos del precariado asustados por la incontingencia de su existencia a la intemperie. Más adentro nos encontramos con las estructuras básicas que sostienen la pirámide jerárquica desde el empresariado hasta los funcionarios, que sometidos a la ruleta rusa del austericidio mantienen viva la tesis del caballo de Luescher, por puro instinto de supervivencia.

Ya en la columna central encontramos a la oligarquía política y económica parasitando los propios intestinos del Caballo de Luescher, que no es otro que El Estado. Actividad intestinal que recibe hoy en España el curioso nombre de “corrupción.”

Con esta estructura civil la izquierda fragmentada del sur de Europa carece de instrumentos eficaces para generar un paradigma cultural, intelectual y político que pueda minar, desestructurar, y transformar el paradigma jerárquico de la derecha.

Sin embargo el paradigma de la desigualdad se está descomponiendo desde dentro como nunca antes en la historia. Su proceso de implosión –señalado recientemente por Thomas Piketty en su libro de El Capital en el siglo XXI–, se hace evidente precisamente por el resurgimiento de las ideas de violencia, asociada al austericidio como elemento de sometimiento de las periferias al orden establecido. En ese entorno, el discurso de los chivos expiatorios es el discurso de la oligarquía culpabilizando a la ciudadanía en general de su rechazo a esas periferias.

A la contra, el discurso antiélites (las castas), es un canto de sirena –que para nada preocupa a las élites–, ya que es terapia para los cabreados que los concita en rebaño y los conduce a una frustración útil al orden establecido tal y como lo ha hecho Macron (el bueno) con Le Pen (la mala).


Como siempre la Francia de las revoluciones para que todo siga igual, pero con gorro frigio, han representado magistralmente en las pasadas elecciones la pantomima de la lucha del bien contra el mal, siendo la supremacía del bien el orden establecido de los poderes fácticos tradicionales del centro izquierda económico de la Francia imperial. Todo un cambio de permanencia que nos muestra que en ausencia de la izquierda el auge de las derechas refuerza siempre el poder establecido.
©PACO MUÑOZ 170531

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